Te quitabas los calzoncillos de la cintura, te arrancabas
los tenis y tirabas a un rincón tus estrechos pantalones, vaqueros, me parece.
Tenías la piel erizada y te reías. Estábamos tan próximos que no podíamos
vernos, envueltos en el calor y el olor que hacíamos juntos. Me abría paso por
tus caminos, mis manos en tu cintura encabritadas y las tuyas impacientes. Te
deslizabas, me recorrías, me trepabas, me envolvías con tus piernas
invencibles, me decías mil veces "ven" con tus labios sobre los míos.
En el instante final teníamos un atisbo de completa soledad, cada uno perdido
en su quemante abismo, pero pronto resucitábamos desde el otro lado del fuego
para descubrirnos abrazados en el desorden de los almohadones, bajo la pared
blanca. Yo te apartaba el pelo para mirarte a los ojos. A veces te sentabas a
mi lado, con las piernas recogidas y el silencio de la noche que apenas comenzaba.
Y entonces sucedió, esa misma noche yo me enamoré de ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Sonrisas.